«Todas las aves son listas», cuenta Antonio Munilla, responsable del Centro de Migración de Aves de Roncesvalles


Tres visitantes se dirigen al Centro de Migración de Aves Roncesvalles-Orreaga.

La mañana es húmeda, pero no desapacible, en el alto de Ibañeta, en el prepirineo navarro. Llevan los milanos reales varios días cruzando estos cielos en pequeños grupos. Ágiles, giran la cola ahorquillada y voltean la cabeza para mirarte. Un carbonero y un colirrojo real comparten valla, y por el bosque que accede al collado hemos visto al precioso pico dorsiblanco, una rareza de la zona. A 1.057 metros de altitud, rodeado de verdes laderas, el blanco Centro de Migración de Aves Roncesvalles-Orreaga despunta al clarear la niebla, cosa que sucede de cuando en cuando. El edificio es una parada obligada para los interesados en el fenómeno de la migración de aves y un atractivo para los peregrinos del Camino de Santiago, que cruza su puerta. «Por aquí pasan todo tipo de aves, principalmente con viento sur, porque con este viento fuerte no pueden cruzar, así que vuelan bajas, se pegan a las hayas y llegan bordeando», explica Antonio Munilla, secretario de la asociación Gurelur, que gestiona el centro, y quien defiende que «todas las aves son listas».

«Antaño se decía que por este collado no pasaban gaviotas ni muchas otras especies, y pasa de todo. A mí me han levantado de la cama para avisarme de la presencia de limícolas, porque se hacen charcos en el terreno cuando llueve y las vemos. Nosotros también vamos aprendiendo con el paso del tiempo», reconoce. Halcones, ánsares, esmerejones, aguiluchos, distintas águilas, lúganos, pinzones, bisbitas, alondras, picogordos, grajas, azores… La lista es larga.

Esa diversidad es buena de cara a su objetivo de «introducir a la gente en el maravilloso mundo de las aves, y para ello estamos en el sitio que más viene a cuento porque por aquí se canalizan la mayor parte de las aves migratorias de Navarra», arguye. Aunque cierto es que la situación ha cambiado con el paso del tiempo y las cifras y costumbres de muchas especies ya no son las mismas.

A Munilla le cuesta asegurar si la cantidad global de aves que migra por estas elevaciones ha variado basándose en recuentos desde puntos de avistamientos cercanos: «que lo haga quien quiera, pero nosotros entendemos que cualquier pequeña modificación hace que las aves pasen por un lado y luego por otro algo más allá, pero dentro del mismo recorrido, y eso origina un galimatías de procedencia y un doble conteo que nos impide aseverar nada con seguridad», explica. En todo caso, sí tiene la sensación de que la migración ha disminuido.

Puntualiza al respecto que «las torcaces han desaparecido por la presión de la caza». Siendo un crío, cuando empezó con esta afición, le llevaron a este lugar, el alto de Ibañeta, y le dijeron “cuenta las palomas”, «que entonces llenaban el cielo. Todo el cielo eran palomas», recuerda. Por eso se pagaba tanto por las palomeras que aún hoy están en el camino que, enfrente, a escasos metros, asciende hacia el collado de Lindus, un punto tradicional de pajareo. «Había palomas hasta hartar. Y ahora no, ahora los cazadores se aburren, con gran gozo por nuestra parte porque nosotros somos defensores de la vida».

A un lado de la casa se oye un graznido; sin verlo, el secretario reconoce a un cuervo, «el canto lo distingue de grajillas o cornejas, es definitorio», precisa. Y continúa recordando con exactitud que antes pasaban 78.000 grullas en 15 días, y «ahora llegan a las Landas (Francia) y ahí se quedan. O van al centro de la Península. Antes para verlas tenías que ir a Extremadura, ahora cada vez hay más por el país. Están cambiando».

Sardinas para una cigüeña helada

El cambio climático es otro factor que considera que está influyendo en estas transformaciones. Algo que viene de lejos. En 1984 una cigüeña blanca se quedó en Cascante, al sur de Navarra, sin completar su habitual migración hasta tierras africanas. «Esta ave ya intuía que había un cambio, pero no lo intuyó bien porque le cayó una helada que se congelaba, y tuvimos que estar un montón de días dándole de comer sardinas que comprábamos para ella. Pero nos dimos cuenta de que algo había, porque en su instinto, dadas las características de cómo había sido el invierno, ella vio que podía evitarse el viaje». Una decisión arriesgada que habría acabado mal de no estar ellos atentos. Ahora se sabe que el 50% de la población de cigüeña blanca ya se queda en la península Ibérica, «cuando antes se iba toda», compara. Además, años atrás las cigüeñas ponían los huevos hacia el mes de marzo, y ahora ya hay muchos nidos que tienen la puesta en enero.

Munilla explica que «todas las especies tiene metidas en el cerebro que hacia una fecha habrá disposición de alimento porque reciben indicios de eso, pero luego el clima retoma una acometida de lo que le tocaba y como consecuencia no hay comida y pueden llegar a morir». En la Estación Biológica que poseen en Arguedas, un pueblecito en la merindad de Tudela a medio camino entre Pamplona y Zaragoza, saben que en un momento dado surgen millones de libélulas que son aprovechadas por los abejarucos para nutrirse. «Cuando la explosión no coincide en fechas, no pueden atesorar la grasa y se mueren», lamenta.

A todo ello agrega que «llevamos un tiempo dándonos cuenta de que en Navarra, las grullas que bajan se juntan con las grullas que suben durante la migración, ¡qué mayor modificación del comportamiento que ése! Hay un galimatías del copón», deja caer.

En este sentido, en Navarra han sido testigos de cambios de estos tipos en grullas, cigüeñas y algunas rapaces, «y el que lo niegue, es que no sabe de aves. El cambio es irrefutable y muy preocupante», advierte.

«Todas las aves son listas»

Afortunadamente, «todas las aves son listas, si no, habrían desaparecido con todas las agresiones directas que sufren», sostiene Munilla. «Lo que ocurre -explica el navarro- es que hay especies que aprenden antes la peligrosidad de un tramo». Así, incluye en este grupo a las palomas torcaces y también las zuritas, que las acompañan en este viaje, y los zorzales. Afuera, aparece un grupo de aves difuso en la niebla. Apenas las ve de reojo. «Son pernis», dice rápidamente -halcones abejeros (Pernis apivorus)- y aclara: «por la forma de volar».

Algo sabe Munilla. No en vano descubrió cinco especies para Navarra -primeras citas- sin saberlo, como la curruca cabecinegra, la carraca -una observación que, dice, fue impactante y de la que no se olvidará-, o la garcilla boyera en la laguna de Pitillas, -que antes no había en la Comunidad «y ahora hay millones»-. Además, puso en marcha el Centro de Recuperación de Fauna Protegida en Navarra, el proyecto Cigüeñas y la Reserva Integral El Boyeral, de bosque y matorral mediterráneo, que lleva adelante también Gurelur en San Martín de Unx, en las estribaciones de la Sierra de Ujué.

Todo ello se suma a las tareas en Ibañeta, donde hoy también está la voluntaria Charo Urbiola. El tiempo esta mañana, niebla, a ratos rachas de viento, algo de llovizna, no permite instalar en la campa los telescopios, aunque sí llegan a colocar un par de carteles de grandes dimensiones, con información en inglés y francés (además de castellano y euskera), porque «la mayoría de las visitas son europeas», detalla Urbiola. Recién instalados, una pareja de peregrinas pasa ante ellos y transmiten con dificultad haber visto un kite, es decir, un milano (en inglés se usa el mismo término que para ‘cometa’ porque, dicen, se asemejan en sus movimientos). Tras un breve cruce de palabras, se alejan ladera abajo. La conversación ha sido escueta, pero en otras ocasiones se alarga y al final, se habla de todo, dice Urbiola pizpireta: de botánica, ofidios… «de lo que haga falta». Y se ocupa ordenando los libros, los folletos y las camisetas, poniendo un toque floral y repasando el buen estado de la abundante cartelería, el diorama con salamandras, rana bermeja y lirón gris, la vitrina de plumas y las reproducciones de aves que cuelgan majestuosas del techo.

UNA CAMPANA EN LA NIEBLA

Al Centro de Migración de Aves Roncesvalles-Orreaga se accede fácilmente en vehículo desde Roncesvalles, subiendo la carretera. Se ubica justo antes de la bonita Ermita de San Salvador de Ibañeta, levantada en el lugar que ocupó, primero, una casa de descanso en la vía romana que unía Burdeos y Astorga; y en el siglo XI, un hospital y una ermita. El cartel informativo reza también que la campana de la ermita guiaba a los peregrinos en la niebla, primero hacia este lugar, y después hacia el gran hospital de peregrinos de Roncesvalles.​

     El entorno, prados pirenaicos y hayedos, musgo, líquenes y riachuelos.

La ubicación del centro en pleno Camino de Santiago es inmejorable para la sensibilización. «Cuando entra un grupo completo de peregrinos, haces el día», apuntan, y aprovechan no solo para informar, sino para «concienciar del valor ambiental que tiene la migración de las aves y la necesidad y el compromiso de ayudar a conservarlo». En todo caso, se quejan de que «los españoles no nos distinguimos precisamente por nuestra sensibilidad y afán de conocimiento. Todavía estamos lejos de la sensibilidad europea», señala el secretario.

El centro abre desde el 1 de julio hasta principios de noviembre, acercándose ya al final de la migración. Pero abren cuando pueden, porque todos los miembros de la asociación son voluntarios y no hay personal suficiente. Además, está en su totalidad gestionado por su cuenta. En este sentido, tampoco las cosas son como antes. «En otras épocas, sólo con lo que se vendía de material se sacaba para el sueldo de la persona que atendía el centro. Ha bajado la migración y ha bajado la gente», lamenta Munilla.

Después vendrán los días de nieve, que traerán el cierre forzoso. Si se ven incursos en alguna investigación pueden pasar algunos días en el centro, que se distribuye en dos plantas y dispone de chimenea. En todo caso, el paisaje se vestirá de blanco y estará precioso. Hacia el norte, cuenta Munilla, el cielo adquiere a veces unos tonos rosados. Evoca aquella vez, muchos años atrás, cuando, de pronto, tras el monte, con el fondo en encendido rubor, comenzaron a salir decenas de siluetas de grullas, escandalosas y vocingleras, «que hizo que nos temblaran las piernas». «Resistimos porque somos ilusos y creemos que esto resurgirá dentro de algunos años», se animan Munilla y Urbiola, pasando a prestar atención al resto de las visitas que se van adentrando en el local.

     

  

Relación de fotografías, después de la inicial:

  - 2: Antonio Munilla, en el Centro de Migración de Aves Roncesvalles-Orreaga.
  - 3: Dos milanos reales, captados en una zona cercana.
  - 4: Papamoscas real, en el bosque que une el Centro con Roncesvalles.
  - 5: Trepador azul, en el bosque que une el Centro con Roncesvalles.
  - 6: Carbonero común en la niebla, en la valla que circunda el Centro.
  - 7: Antonio Munilla y Charo Urbiola, en el Centro.
  - 8: Una instantánea del bosque próximo.
  - 9 y 10: dos imágenes del interior del Centro: el mostrador con varias maquetas de aves, y el diorama.
  - 11: Maqueta de un abejero y cartelería.
  - 12 y 13: Un peregrino cruza la campa del centro hacia el bosque: Al fondo, el tejado de la ermita de San Salvador. Otra peregrina cruza la cartelería instalada en el exterior.
  - 14: Ermita de San Salvador, ubicada algo más arriba.

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.