Pequeñas fuentes y manantiales, el olvidado pero primordial hábitat de un anfibio singular


Adrián Guerrero, investigando en una surgencia en el territorio más oriental del sapo partero bético en la Región. Abajo, un ejemplar del sapo partero bético, con su puesta a la espalda. Y más abajo, dos larvas de la especie en una batea milimetrada.

En el sureste ibérico, envuelto en los calores del duro, largo y recalcitrante semiárido, existe un frágil recurso que resulta vital para los anfibios y dulcifica la existencia a otra variopinta fauna. Se trata de las pequeñas fuentes y manantiales de ancestral uso agropecuario que el ambientólogo Adrián Guerrero quiere rescatar del olvido y para las que reivindica un reconocimiento como hábitat primordial de este grupo animal y, en concreto, del sapo partero, el único que cuida de sus crías.

Durante un año, Guerrero ha estado estudiando dos charcas ganaderas del interior de la provincia de Murcia, donde ha elegido como protagonista a una especie, el original sapo partero bético (Alytes dickhilleni). “Lo escogimos porque es el anfibio más amenazado que habita la Región. Se trata de una especie endémica de Murcia, Albacete y Andalucía, declarada como ‘Vulnerable’ en el Catálogo Nacional, y propuesta por la última evaluación científica como ‘En Peligro de Extinción’.

Los sapos parteros tienen la particularidad de que los machos, tras fecundar la puesta, la cuidan durante aproximadamente un mes, transportándola en sus patas posteriores hasta la eclosión, momento en el que la liberan a la charca. Frente a ellos, el resto de anfibios ibéricos liberan en el agua los huevos, los fecundan y se olvidan de su prole. “Esto los convierte en padrazos en comparación con sus parientes”, apunta el joven, quien añade que “son fascinantes, con esta estrategia reducen notoriamente la probabilidad de depredación de la puesta, además de liberar larvas de mayor tamaño, con la ventaja que supone. El problema es que no pueden permitirse un tamaño de puesta tan grande como el resto de anuros”.

UNA REGIÓN 'BIEN SURTIDA' DE ANFIBIOS

En la Región de Murcia habitan diez especies de anfibios, de las 29 que están presentes en la península Ibérica, lo que “no está nada mal”, apunta el investigador de la Universidad de Murcia Adrián Guerrero; quien recuerda que incluso hasta los años 80/90 llegamos a tener once, pero la ranita meridional ya no está con nosotros. Para el joven, es destacable también que muchas de estas especies están en su límite de distribución, lo que las hace más sensibles a la extinción local. No obstante, a pesar de ello, “tenemos alguna buena población de anfibios emblemáticos en la comarca del Noroeste, como la salamandra común o el sapo partero bético”, recalca.
     A Guerrero le llama especialmente la atención cómo la Comarca del Altiplano hasta esos años 80/90 fue la zona más diversa en cuanto a anfibios, aun siendo menos húmeda que el Noroeste. A partir de esas décadas, detalla, “los cambios del suelo en la zona fueron brutales, desapareciendo de la comarca el sapillo pintojo, la ranita meridional, e incluso parece ser que el gallipato, transformando al Noroeste en la comarca más rica a día de hoy”.

 

 

LA MALA FAMA, MENOS DAÑINA QUE EL USO INTENSIVO DEL SUELO

Frente a la tradicional mala fama de este grupo faunístico, Guerrero se felicita porque “parece que la sensibilización con los animales va en aumento y las nuevas generaciones no criminalizamos tanto a estas especies como antaño”. No obstante, agrega, mucha gente sigue teniéndoles miedo y creyendo que pueden ser nocivos por su toxicidad o veneno. “Eso sí, yo creo que estas personas no matarán a los anfibios que encuentren en sus huertas, simplemente no se acercarán. Por el contrario, aunque la mala fama vaya desapareciendo, somos cómplices de la destrucción de su hábitat favoreciendo los cambios de uso del suelo, matando más ejemplares que cuando tenían mala fama pero el suelo no se gestionaba intensivamente”.

Para su estudio, Guerrero se ha desplazado hasta dos cuerpos de agua artificiales en el límite oriental de la distribución regional de esta amenazada especie, en tierras de Bullas, en el corazón de la Comunidad de Murcia. Estos lugares han sido seleccionados por representar zonas aisladas y albergar una buena abundancia de ejemplares, lo que facilita estudiar la evolución del ciclo larvario. “La importancia de las variables meteorológicas y climáticas en la reproducción de anfibios hace que la misma especie pueda comportarse de forma muy distinta según el área y también según las condiciones del propio año, y esta zona probablemente sea la más seca en cuanto a precipitación donde se localiza la especie”, explica.

Equipado con una sonda que mide temperatura y salinidad del agua, el salabre, un profundímetro -“siempre me hará gracia esta palabra tan técnica que alude a algo tan simple como un palo con un metro insertado”-, una batea milimetrada y un bote por cada uno de los cinco tramos a recorrer de cada salida -llamados transectos- el científico daba comienzo, muy de mañana, su faena. A eso había que unir los guantes, ineludibles para evitar contagios y problemas cutáneos en los ejemplares capturados, al igual que la desinfección de los equipos de trabajo que entrasen en contacto con el agua, para prevenir enfermedades emergentes -aunque afortunadamente, parece que aún no han llegado a la Región-. Y, por último, agregaba el alimento, agua y sillas. Con todo este material Guerrero se trasladó hasta en 15 ocasiones hacia sus charcas destino. “Hice un único muestro en soledad. Para los 14 restantes vino mi novia o algún amigo o familiar a echarme una mano; sino, transportar todo el material, apuntar e identificar habría sido un caos”, sonríe.

Ahora, tras un año de estudio, su trabajo, publicado en la revista Anales de Biología de la Universidad de Murcia, “hace patente la importancia de establecer un marco legal para la explotación sostenible de los acuíferos que garantice un caudal mínimo (caudal ecológico) en las pequeñas fuentes y manantiales, favoreciendo así la conservación de la comunidad de anfibios en el sureste ibérico”. “Adoptar esta medida legal no es para nada sencillo de hacer, y por desgracia, si no se genera una consciencia en la población que desencadene una demanda social significativa, esto no sucederá nunca. Aquí el agua es para la agricultura intensiva, y si sobra algún litro, es que no hay suficientes hectáreas cultivadas”, lamenta el experto.

Sin embargo, este tipo de infraestructuras cobran mayor importancia en el Sureste que en otros puntos del país: “En la Región, el tipo climático semiárido ha limitado mucho los cuerpos de agua naturales aptos para los anfibios. Esto ha hecho que probablemente el aprovechamiento histórico de los pequeños manantiales o fuentes para usos tradicionales de suministro al ganado o regadío haya mantenido las poblaciones de anfibios que procedían de épocas climáticamente más benignas. Hay trabajos previos que han mostrado cómo en esta área las especies llegan a utilizar más estos cuerpos de agua artificiales, algo lógico si son los puntos aptos para su reproducción que más abundan. Probablemente, ocho de las diez especies presentes en la Región sean más fáciles de observar en estas infraestructuras artificiales asociadas al uso tradicional del suelo".

Además, aquí son vitales no solo para los anfibios, sino también para toda la comunidad faunística. “Son el hábitat de un sinfín de macroinvertebrados acuáticos y también los principales bebederos de aves y mamíferos”, subraya Guerrero. Entre los anfibios, a lo largo del año de investigación, además de sapo partero han encontrado también sapo común y rana común. Algo esperable. La rana común está distribuida por toda la Región, y “quizás hasta se ha visto favorecida por nuestra actividad, sacándole provecho a las balsas de plástico de los regadíos intensivos”, señala. El sapo común es abundante en zonas como la del estudio, pero rehúye de áreas como la comarca del Campo de Cartagena, con escasas citas. Para el investigador, natural de este lugar, el cambio de uso del suelo ha castigado mucho esa zona.

Pero estos enclaves están en peligro, con factores de riesgo de desaparición a corto y a medio/largo plazo. Entre las causas inminentes, Guerrero apunta al éxodo rural y al abandono de estas infraestructuras, ya que necesitan un mantenimiento porque pueden colmatarse de sedimentos o vegetación, o agrietarse disminuyendo la impermeabilidad y situaciones similares. Por otro lado, tenemos el drástico cambio de usos de suelo hacia prácticas intensivas que eliminan directamente estos puntos de agua.

A medio/largo plazo sitúa la agricultura intensiva de regadío, que deseca y contamina los acuíferos bajando el nivel freático del que dependen muchas emanaciones de agua. A esto se le debe añadir el cambio climático, que también a priori incide sobre el agua disponible y la recarga en los acuíferos. En este sentido, aclara que muchos de estos cuerpos de agua artificiales, como los de este estudio, dependen de un manantial o fuente, que a su vez depende del acuífero. “Muchos afloramientos de agua que se consideraban permanentes ya no lo son, aunque actualmente es más achacable a la sobreexplotación de acuíferos que al cambio climático. No obstante, si se cumplen los futuros escenarios, la reducción de la reserva hídrica en el acuífero desencadenará la desaparición de muchos manantiales, o al menos la reducción del periodo en el que están en funcionamiento, afectando sobre todo a especies de ciclo larvario más largo, como el sapo partero”.

Para su conservación, además de elaborar una ley para la explotación sostenible de los acuíferos, trabajar con los sectores implicados resulta una herramienta muy útil y necesaria. Así, es clave asesorar sobre en qué momento limpiar los puntos para generar el menor impacto sobre las larvas y frezas de anfibios. También es importante informar del peligro de enjuagar las cubas agrícolas (repletas de químicos contaminantes) en cuerpos de agua de mayor porte. E instalar carteles en las charcas exponiendo información sobre los anfibios de la zona es igualmente una acción de concienciación interesante.

Quizás también sea necesario establecer vías por parte de la Administración, y sobre todo por los consumidores, que eviten la desaparición de las técnicas agrarias y ganaderas tradicionales. “Si no conseguimos que estas prácticas sean rentables económicamente, desaparecerán por completo, con sus consecuencias ambientales”, advierte Guerrero.

Guerrero ha tenido que esforzarse a lo largo de este año para conocer mejor el ciclo vital del sapo partero. Ha pasado “días intensos, sobre todo en primavera, cuando la reproducción está en todo lo alto y se capturan muchas larvas” y en invierno, cuando había que madrugar un poco más para aprovechar mejor las escasas horas de sol, y más, teniendo en cuenta que salía desde Cartagena.

Uno de los momentos más difíciles fue cuando en diciembre de 2016 cayó una buena tromba de agua en toda la Región, y uno de los cuerpos de agua creció muchísimo, desbordando y formando un arroyo. Esta crecida duró hasta finales de invierno/principios de primavera; en este periodo había zonas donde el agua llegaba justo hasta el final del vadeador, no pudiendo permitirle el lujo de tropezar ni hundirse de más en el limo del sustrato. Una semana después de la nevada de enero de 2017, también a nivel regional, hizo uno de los muestreos. Aún quedaba bastante nieve en las umbrías, y la charca que creció bastante con el episodio torrencial del mes anterior aumentó algo más. “En el último transecto no contemplé que esos centímetros de más sobrepasarían el vadeador, y así fue. Acabé calado completamente, rodeado de nieve, con 6 ºC aproximadamente de temperatura ambiente y sin ropa de cambio. Menos mal que mi novia si llevaba, aunque de alguna talla menos…. Desde entonces no se me olvida llevar nunca recambio”.

Como resultado, aunque en la publicación solo han graficado el estadio primero (larvas recién eclosionadas) y sexto (larvas casi metamorfoseadas) de desarrollo, el resto de estadios también fueron identificados e incluso medidos para la elaboración del artículo científico, firmado por él y tres compañeros más, José Manuel Zamora-Marín, Mar Torralva y Francisco José Oliva-Paterna, todos del Departamento de Zoología y Antropología Física de la Facultad de Biología de la Universidad de Murcia.

Parte de los muestreos del estudio, además, se extrajeron de su propio trabajo de Fin de Grado, “en los que experiencia tenía poca, pero al final la vista se adapta a visualizar con precisión el desarrollo del “muñón” de las patas posteriores de las larvas”, cuenta. Pero mereció la pena porque, reconoce el científico, se trata de su especie predilecta.

“Quizás mi cariño a los anfibios provenga de la poca atención histórica recibida por el naturalismo en comparación con el pelo y la pluma. También siempre me han fascinado sus hábitos nocturnos, esquivos y vinculados a la lluvia”, medita, para añadir que “siempre es una pasada estar en el campo, y más, cerca de los escasos puntos con agua del sureste, que son verdaderos oasis. Es un deleite ver bajar a los pajarillos a hidratarse en el abrevadero, también lo son las decenas de sapos comunes meneando los arbustos como si fueran elefantes, o los cantos diurnos de los sapos parteros desde sus refugios. Y no hablemos de los días que nos quedamos en la zona hasta el anochecer, con el fin de poder ver los fascinantes parteros cargando la puesta. ¡Un lujo!”, reflexiona Guerrero, que con su trabajo anhela lograr una mayor protección para estos animales tan singulares como amenazados.


Un sapo partero asoma la cabeza desde su refugio. Arriba, Guerrero tomando medidas, y en medio, dos larvas de sapo común.


El cientïfico, tomando muestras en una fuente en medio de la nevada de fin de 2016 y principios de 2017. Todas las imágenes: cortesía de Adrián Guerrero

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.