Eloïsa Matheu, grabadora de sonidos de la naturaleza

«Los sonidos que escuchamos de manera consciente quedan grabados en nuestros cerebros»

Eloïsa Matheu en la Reserva Natural d'Utxesa, en Lleida-Lérida. Foto: Francesc Llimona.

Un día dedicado a la grabación de sonidos de la naturaleza, Eloïsa Matheu sale de casa muy temprano, a eso de las 5 de la mañana –sobre todo en primavera–. Lleva en la mochila la grabadora, baterías, recambios –principalmente de micrófonos– y una parábola. «No es muy espectacular», reconoce. Lo más llamativo es precisamente esa parábola. Tiene su explicación: «me gusta grabar andando, moviéndome, por eso mi material es relativamente ligero». Prefiere ir sola porque no puede controlar el ruido que hacen los demás –la ropa, los pies, aún sin darse uno cuenta, hacen ruido–. A media mañana o ya mediodía, según la jornada, vuelve al estudio, escucha los audios, descansa y come algo. Y más tarde, si las circunstancias son propicias, sale de nuevo y permanece hasta el anochecer, e incluso, si quiere grabar nocturnos, se desliza en el inicio de la noche. Y al día siguiente, la misma rutina. «En una semana de grabación le echas muchas horas de campo, mucho descontrol de horarios. Es intenso pero también bonito», cuenta. E impredecible: «a veces vuelves de vacío, y otras, sin darte cuenta, tienes un día muy productivo».

Bióloga de formación, Eloïsa Matheu es responsable de la Fonoteca del Museu de Ciències Naturals de Barcelona, lidera su sello discográfico Alosa, Sonidos de la Naturaleza, y dedica su tiempo libre a asomarse a los paisajes del mundo y recoger en su aparataje todo lo que se deja oír. Fruto de ello es su sonoteca particular, una de las más relevantes de España, y su respaldo a la escucha lúcida de la naturaleza, porque «los sonidos que escuchamos de manera consciente quedan grabados en nuestros cerebros».

«Cuando uno se relaja y escucha atentamente ese paisaje o esos cantos, incluso un sonido muy simple o muy cercano puede emocionarte. Puedes estar escuchando aquel pájaro que está cantando o el sonido del bosque en sí. Creo que esos sonidos que uno ha escuchado de una manera muy consciente quedan en nuestros cerebros y cuando vuelves a escuchar aquello, o algo parecido, te transporta inmediatamente a ese paisaje, mucho más que la imagen, o de una manera más cargada de emociones, que vuelves a revivir», evoca. En cambio, añade, «otras grabaciones no me aportan nada. Creo que la diferencia esencialmente es si en aquel momento en el que estuve grabando estuve muy metida dentro del entorno, escuchando muy atentamente e incluso emocionándome: ésas son las que yo recuerdo».

EL COMPLETO SILENCIO

 

«Teóricamente, uno piensa que no existe un paisaje en completo silencio porque puede que no haya vocalizaciones animales, pero hay viento, como el que sopla en el desierto, o algún otro elemento de la tierra, riachuelos, el sonido del agua en alta montaña… Pero sí que hay momentos en los que he sentido completo silencio, incluso en un bosque. En ocasiones, caminando, encuentras minutos de completo silencio y es una sensación un poco terrorífica, a veces da miedo no sentir nada, no oír nada. Como paisaje es difícil de encontrar el completo silencio, pero como momentos, sí que es posible», sostiene Eloïsa Matheu.

Entrar dentro del paisaje

Y es que para Matheu, «el sonido es mucho más enriquecedor que la imagen, porque ésta se observa desde fuera. Es como una ventana o mirar un cuadro: te puede emocionar, gustar o disgustar, pero no dejas de estar en cierto modo fuera de ese entorno. Mientras que cuando lo estás escuchando activamente acabas sintiendo que estás dentro, que formas parte de él; incluso tú participas de ese paisaje sonoro porque cuando hablas, o haces un ruido, o cuando respiras estás creando paisaje sonoro. Para mí, que cuando estoy escuchando me siento dentro, es mucho más enriquecedora la escucha que la contemplación visual».

Conocedora del campo, esta audio naturalista lo mismo va en busca de algo muy concreto, como simplemente se deja llevar a ver qué se le ofrece. Saborea así «los coros del amanecer en primavera, cuando todas las aves cantan a la vez y lo hacen de una manera especial que no es la misma a la del resto del día». Para recoger ese «concierto de la naturaleza», detalla, utiliza micrófonos más dirigidos a captar en estéreo y no tanto focalizado. «En cambio, durante el día es un buen momento para ir a buscar especies».

Aunque aprovecha las cercanías de su hogar para hacer grabaciones, Matheu disfruta especialmente de las escapadas de varios días, lo mismo a una zona que conoce, como cuando repite visita al Pirineo o al Levante español, que a un territorio nuevo que quiera explorar, para lo cual ha viajado repetidas veces al extranjero. En todos esos lugares, anima siempre «a dejarse llevar por las emociones que provoca el sonido». 

La bióloga guarda recuerdos muy bonitos de estas grabaciones en todos estos destinos. En España cita a sus estepas, los paisajes de Monfragüe, sierras de Extremadura, o sola de madrugada en el Pirineo, grabando en la montaña sin oír ningún otro sonido más que la naturaleza. Fuera de nuestro país se recuerda captando al amanecer los monos aulladores en Guatemala; o en Turquía, «al anochecer en Anatolia, en una laguna muy bonita cargada de sonidos desconocidos para mí con muchos insectos, aves acuáticas y el cielo estrellado… una maravilla. Es un poco un momento de éxtasis». También menciona uno de los últimos viajes a Borneo, «en los rinconcitos que quedan de las selvas tropicales… son recuerdos maravillosos».

Dificultades: del viento al peligro de grabar a un tigre

Que el viento es el gran enemigo de las grabaciones lo sabe cualquiera que se haya enfrentado a un micrófono en el exterior, «es lo peor, sólo un poco ya dificulta todo». A ello se añade la lluvia, la gente o las muchas horas que hay que dedicarle.

Lo es asimismo la distancia a la fuente sonora «para hacer una grabación mínimamente decente que sirva para identificar o para divulgación». Las rapaces no suelen vocalizar al migrar, son silenciosas, rememora, para saltar a las paseriformes que «cuando migran de noche, y sobre todo cuando llegan a zonas urbanizadas, sí que vocalizan. Quizá no vuelan muy alto, pero en la ciudad puede existir un ruido de fondo que enmascara una serie de frecuencias y dificulta la grabación. En ocasiones, trabajando en edición puedes eliminar estos sonidos, recomienda, pero depende de la frecuencia. Así, «con un ave con un canto muy grave, como un búho, no vas a poder eliminar el ruido de fondo que viene de esa autovía que está un poco más abajo».

PAISAJES SONOROS, UNA DISCIPLINA EN AUGE

 

Un paisaje sonoro lo componen todos los sonidos que hay en un lugar en un momento dado. En función de la fuente se distinguen tres categorías: la biofonía, todos los sonidos producidos por los seres vivos; la geofonía, los producidos por la tierra y sus elementos; y la antropofonía, producidos por el ser humano, ruidos o no.

     La grabación de paisajes sonoros está en auge pero con objetivos muy diferentes, explica Eloïsa Matheu. «En parte, por la facilidad que existe actualmente tanto en escuchar como en grabar. Una de las aplicaciones actuales reside en el monitoreo, seguimiento de la migración nocturna basado en las vocalizaciones que emiten las aves, o trabajos de grabación continua para realizar estudios de ecología basados en el paisaje sonoro para conocer mejor el estado de las poblaciones de los ecosistemas a través de sus sonidos. Ésta es una técnica no intrusiva que se está desarrollando ahora y que está dando informaciones muy interesantes y con las que se pueden obtener datos de biología biodiversidad o incluso del control de caza furtiva».

También ha vivido momentos peligrosos. Como le ocurrió en la última escapada a La India. En cada viaje que había hecho anteriormente había avistado algún tigre, pero nunca había conseguido escucharlo. Esta vez, estando alojada en una plantación de café en el interior de una zona protegida y «donde el ser humano convive bastante bien con la fauna», matiza, llegó la época del celo del tigre. El animal deambulaba por el entorno de la casa «y pude escucharlo, así que salí a grabarlo. Y yo estaba allí afuera sin verlo, pero oyéndolo. El macho rondaba en la zona, pero pensé que en ese momento estaba a otras cosas y yo no le importaba nada en absoluto. Pero estar allí sin ningún tipo de protección, escuchando el rugido del tigre con esa profundidad, es tremendo. Supongo que estaba más lejos de lo que me pensaba, pero realmente estaba cerca. Tú te emocionas cuando haces una grabación así. Yo no soy muy imprudente, pero quizá en esta grabación me tenía que haber metido más dentro de la casa. No estuve muy tranquila, pero muy emocionada sí».

Aprender a escuchar

Estas y otras aventuras, y todo el bagaje que acumula a sus espaldas le acreditan el reconocimiento internacional como grabadora y divulgadora de sonidos de la naturaleza. Un trabajo que comenzaba allá por 1987, centrado entonces en las vocalizaciones de aves. «Empecé a grabar con el interés de aprender a identificar, como quien sale al campo a hacer dibujos o fotografías. Grababa para recordar estos cantos que había oído. Al principio, en muchas ocasiones no sabía a qué especie pertenecía un sonido. A veces conseguía reconocerlas visualmente al rato, y otras no, y me las llevaba a casa sin identificar. Muchas las pude identificar más tarde, con el tiempo. Pero el hecho de escuchar y volver a escuchar me ayudó mucho a aprender a escuchar. Eso no lo sabía en el momento de empezar. De una manera intuitiva, empecé a aprender a escuchar porque me fijaba en las grabaciones para recordarlas».

El futuro de su enorme fonoteca es un tema importante para ella: «qué voy a hacer con todas las grabaciones que tengo, ésa es otra reflexión, y todavía no lo tengo claro porque hay mucho trabajo detrás», sopesa. «¿Si son educativas? No dejan de ser un material que está ahí para que cada uno pueda trabajar con él».

El tiempo parece que empieza a pesar. «He de reconocer que cada vez tengo menos ganas de salir a grabar, o menos necesidad. Soy más selectiva con el lugar. No iría a grabar otro mirlo más, que ya tengo muchos -y aun así los grabo porque tiene un canto maravilloso- », deja caer, aunque la balanza no se ha inclinado todavía porque a la vez sostiene que «quizá sí grabaría una especie para ampliar repertorio, porque están haciendo unas variaciones que no tengo… Porque muchas veces cuando salgo al campo escucho cosas que no he escuchado antes, incluso en bosques que conozco bien. Hay mucho todavía por grabar y por aprender», se anima de nuevo.

Mientras se decide, no para, y vive cumplimentando una agitada agenda. Imparte cursos y talleres de canto de aves y bioacústica, nutre su sello discográfico y su web Sons de la Natura (Sonidos de la Naturaleza), da charlas -la próxima la tiene en la Feria Internacional de Turismo Ornitológico (FIO), en Extremadura, el 25 de febrero-, continúa con sus grabaciones y con sus publicaciones –no en vano, es la autora de las primeras guías sonoras de identificación en España sobre aves, anfibios, mamíferos y ortópteros–, colabora en medios de comunicación y sigue sacando a la luz sus paisajes sonoros. Y afortunadamente, deja hueco a continuar con su alabada labor como coleccionista de sonidos naturales, aquellos que emocionan y se quedan en nuestro cerebro porque, asegura, «lo que me impulsa a salir es que cuando estoy en la naturaleza escuchando o grabando soy muy feliz».

 

Fotos: todas ellas, cortesía de Eloïsa Matheu. 

  • 2: E grabando cigarras en L'Albera (Girona). Foto: Pere Pons.
  • 3: En Sundarbans, el bosque de manglar más grande del mundo y una reserva de tigres, en La India. Foto: Francesc Llimona.
  • 4: Imagen de Aarni Lehto, captada en un bosque de Finlandia.
  • 5: En Obón, localidad de Teruel (Aragón). Foto: Ricardo Rodríguez.
  • 6: En el Pirineo. Foto: Francesc Llimona.
Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.