Buscando nuevos hogares para la lechuza


Una familia recién anillada: la madre a la izquierda, y a la derecha sus crías, posiblemente una hembra y dos machos. Todas la imágenes: Asociación Ulula

La lechuza, incansable compañera de la noche, posiblemente la rapaz más nocturna de nuestra fauna, se asoma a un futuro incierto en la Región de Murcia y en todo el país. Poco a poco y en silencio, contempla cómo sus nidos están desapareciendo al tiempo que se comprimen sus territorios de campeo, y se hace cada luna un poco más ausente.

Esta amante de las oquedades sufre la decadencia de las viejas construcciones, principalmente en los paisajes agrarios, donde caen vencidas por el tiempo y la dejadez, o van siendo sustituidas por modernos, inmaculados y sobre todo impenetrables edificios. Su pérdida nos arrebataría sus estrelladas plumas, su rostro de corazón blanco, y a una magnífica controladora del campo capaz de depredar en familia entre 2.000 y 3.000 ratones por temporada.

Hace apenas seis años, unos pocos jóvenes investigadores de la Región se interesaron por la especie y quisieron conocer dónde vivía, en qué lugares anidaba y cómo estaba. Para ello iniciaron sendos seguimientos, uno puntual y centrado en censar y conocer los territorios ocupados en el municipio de Murcia, y otro para sondear las parejas reproductoras de toda la Comunidad, que se ha mantenido en el tiempo y que desde el año pasado realizan en el marco de la recién creada Asociación Ulula. Sus conclusiones les han empujado a embarcarse en una campaña de instalación de cajas nido que busca paliar la escasez de lugares de nidificación, suavizar la difícil situación por la que atraviesa esta ave, desvanecer la amenaza de su declive y ofrecer nuevos hogares a la lechuza.

Coordinando este seguimiento está Antonio Zamora, graduado en Ciencias Ambientales. De momento, por lo escueto del equipo y por los escasos medios, abarcan la Huerta de Murcia, el Campo de Cartagena y los Saladares de Guadalentín, y están tanteando el Noroeste, superficie que esperan ampliar en breve.

La instalación de cajas nido ha comenzado en el Campo de Cartagena, donde ya han colocado diez unidades en lo alto de un poste, a unos tres metros sobre el suelo, o en edificaciones de uso agrícola o ganadero. Su presencia es tan reciente que hay que esperar hasta la próxima primavera para ver cómo las están recepcionado. En todo caso, no sería extraño tener que dejar pasar uno, dos o cuatro años hasta que sean ocupadas. Los miembros de la Asociación Meles, con quienes están en contacto, han colocado unas cinco más en la zona de los Saladares. En la Huerta de Murcia, sin embargo, surgen problemas particulares. Por un lado, los nidos quedan muy cerca de la gente que, desgraciadamente, los destroza. Zamora ya ha tenido que reponer tres por esta causa. Ello hace que se replanteen su emplazamiento aquí porque “no queremos facilitar que la gente pueda dañar la especie”. Por otro, en este territorio, la presencia y profusión de árboles de mayor porte hace que cajas en postes no sean muy visibles y, por ello, no resultan tan atractivas para las lechuzas. Aquí, lo suyo, concluye, es colocarlas en zonas altas de naves como antiguas conserveras.

El seguimiento de las parejas reproductoras se actualiza cada año entre los meses de mayo y julio, en época reproductiva -aunque en realidad revisan territorios desde abril a agosto-. Esto es necesario para saber si la población se mantiene o hay variaciones. Las tareas incluyen la observación de los nidos y de la nidada y, cuando es posible, el anillamiento de las crías.

LOS INICIOS

Para sus primeras investigaciones de acercamiento a la lechuza, una serie de jóvenes investigadores murcianos diseñaron una metodología de la mano de un profesor de Ecología de la Universidad de Murcia que dividía la Huerta en 60 cuadrículas de un kilómetro cuadrado, y seleccionaron un tercio de ellas, en las que se lanzaron a realizar un primer censo.

    Eran los meses de abril a junio de 2014 y la tarea fue fatigosa. Ya en plena oscuridad, había que acercarse a las zonas señaladas, elegir un sitio al azar y quedarse unos minutos a la escucha y observando. Si no había suerte, se hacía sonar el reclamo y a seguir esperando. Al final de cada turno, anotaban lo descubierto. Cada noche visitaban hasta cuatro localidades, y cada localidad se replicó al menos tres veces, variando la hora de llegada para diversificar lo más posible el rango horario de vigilancia en cada puesto. Esto supuso salir a censar varios días a la semana, hasta bien entrada la noche. Y al día siguiente, a trabajar.

    Con esta metodología, y con la huerta separada en dos mitades, registraron un 44% de presencia en la zona Oeste y un 70% en el Este. En conjunto, la mitad de las cuadrículas escogidas daban refugio a la preciada ave. “La lechuza en la Huerta de Murcia parecía estar bien representada”, recuerda Antonio Zamora, graduado en Ciencias Ambientales y coordinador del actual seguimiento de la especie, que ahora realiza al abrigo de la recién creada Asociación Ulula. Pero Zamora no se deja llevar por la alegría y avisa: “los nidos que encontrábamos ya entonces estaban en construcciones de condiciones bastantes lamentables, próximas al derrumbe. La situación continúa. El principal problema que tiene la lechuza es la falta de sitios donde nidificar”.

El procedimiento conlleva un importante esfuerzo y tiene además la complejidad añadida de que, en un vasto territorio como éste, dar con los nidos es complicado porque lo mismo pueden nidificar en una chimenea de un chalet nuevo, que en una nave abandonada, en un cuarto de aperos de una zona de huerta, toda vez que no le incomoda la presencia del hombre, o en el hueco de una rambla.

Así que primero van prospectando los paisajes, quedándose con aquellos en los que advierten cierta afinidad con la especie. En estos puntos dedican un tiempo a la búsqueda de egagrópilas -restos de comida no digerida que expulsan por la boca- y plumas en posibles posaderos o zonas de nidificación. Allí donde encuentran indicios de la presencia de la especie, vuelven un atardecer, se acomodan en una localización con buenas vistas del posible nido y, cuando ya es noche cerrada, esperan unos 20 minutos. Si no oyen ninguna lechuza en ese tiempo, recurren al reclamo durante cinco minutos, y esperan otros diez a ver si el animal contesta. Si se detecta la especie pero no se escuchan pollos, vuelven cuantas veces sean necesarias para no interferir en una posible fase de incubación. Hay que anotar el número de ejemplares vistos u oídos, si son adultos o crías, si entran o no al nido y cuantos datos sea posible contrastar. Y, cuando se puede, además, anillar a los pollos. Esto, que en una caja nido de madera es más sencillo, no siempre es factible en ocupaciones tradicionales: algunas son oquedades de tres metros de profundidad, y en otros casos se desiste cuando el acceso puede comprometer la estabilidad del nido -"aunque en realidad son de las aves que más tranquilas se muestran durante el anillamiento", aclara Zamora-. Si el nido es inaccesible, se espera a la fase de volantones, contabilizando el número de pollos que vuelan del nido al atardecer. Pese a ser del mismo tamaño y poseer un plumaje como el de los padres, es muy fácil distinguir a los pollos por sus constantes aleteos y reclamos para pedir comida.

Debido a las largas distancias, en cada salida solo hay tiempo de visitar uno o dos territorios, por lo que tienen que repetir la actividad dos o tres días a la semana.

Entre sus resultados destaca que mientras que en la Comunidad de Madrid hay menos de 40 parejas, “nosotros pensamos que solamente en la Huerta de Murcia hoy puede haber entre 20 y 40. Por ello, podemos decir que sí se trata de un buen dato, pero si las viejas edificaciones de la huerta continúan amenazadas y además poco a poco le vamos quitando espacio a la misma huerta, esta especie lo va notando”, advierte el experto. Zamora apunta que, sin ir más lejos, este año, así, de pronto, un Mercadona ha sustituido a un nido bien conocido, y que “de hecho, están despareciendo al ritmo de uno o dos nidos por año porque se cae la edificación en la que se ubica o tiran la nave para construir; y hasta hemos encontrado algunos nidos taponados. En una ocasión pusieron una rejilla en un hueco de una edificación abandonada con una lechuza dentro, que al ir a revisarlo, salió volando”, suspira.

Por su parte, los Saladares del Guadalentín parece un área bastante buena donde, de momento, controlan cuatro nidos. Uno con muchísimos huevos que no llegaron a eclosionar, pero en los otros sacaron cuatro o cinco pollos. Para Zamora, este territorio es valioso por las condiciones del hábitat y la naturalidad de algunas de sus zonas, lo que condiciona la elevada abundancia de presas, aunque la intensificación agrícola, cada vez mayor, podría comprometer la viabilidad de esta población.

Por el contrario, se alarman de que todos los nidos referidos en el Campo de Cartagena por dos conocidos ornitólogos, Mario León -parte del equipo- y Eloy Pérez, han desaparecido. Las anidaciones se sitúan actualmente en el perímetro del Mar Menor, con unos siete territorios, “pero en cuanto penetras hacia el interior, los propios agricultores nos dicen que hace mucho tiempo que no ven casi lechuza, cuando antes era bastante común”. Zamora lo achaca, cómo no, a la pérdida y fragmentación de hábitats y de lugares de nidificación: “antes, con la trashumancia, había muchos establos para el ganado, cuartos de aperos, viejos molinos, antiguos cortijos…, y hoy todo esto se está derruyendo”, lamenta el también anillador de aves. Igualmente, en un cultivo dominado por secano de porte arbóreo como garroferos u olivos, podría encamarse en los agujeros de los troncos. Mario León -trae a colación- recuerda alguno en algarrobo. “Pero toda la transformación del uso del suelo en el Campo de Cartagena hacia el regadío y herbáceo ha hecho que desaparezca este tipo de árboles que en su día hacían también de refugio”. Esta agricultura intensiva tiene más repercusiones ya que los roedores, una de las presas principales de la lechuza, se alimentan sobre todo de grano. De cara al mantenimiento de sus poblaciones, un cultivo de secano sería mucho más productivo que las hortalizas. Al respecto recalca cómo hace dos años marcaron una lechuza con GPS en el Campo de Cartagena, y el 50% de sus localizaciones recayó en un pequeño parche de secano de cebada, el 30% en el humedal de la Marina del Carmolí, y “solo hacía un 15% de uso de las zonas de regadío intensivo, cuando es el hábitat predominante de la zona”.

En total, han llegado a controlar 28 territorios en la Región en los que saben que la lechuza ha nidificado en los últimos diez años. “Al principio, partimos de unos diez nidos, pero año tras año vamos sumando alguno nuevo porque cada vez se va involucrando más gente, o nos avisan de avistamientos”, se alegra. Por ahora, todas las anidaciones son en soportes del entorno, menos un ejemplar que ha usado una caja en los Saladares del Guadalentín (instalada por Meles). A los nidos más antiguos se les tiene un cariño especial, puesto que su mayor serie temporal hace que sean los indicadores reales de la tendencia de la especie.

Pero 2019 no ha sido un buen año porque muchos nidos han desaparecido. En concreto, también ha sido doloroso ver vacías tres nidificaciones que desde el año 2013 no habían dejado de criar.

Además, al finalizar el seguimiento, sólo se ha constatado la reproducción en ocho de estos territorios. Se ha detectado la presencia actual de la especie en 15 nidos mediante escuchas y/o avistamientos, y se han conseguido marcar mediante el anillamiento científico a 23 individuos, 5 adultos y 18 pollos. Comparado con ejercicios anteriores esto significa que, controlando un mayor número nidos, la cifra de pollos anillados ha sido similar al de años anteriores. No es el mejor de los resultados.

Y las amenazas no acaban con la fragmentación del hábitat, la pérdida de edificaciones, el cultivo intensivo, la transformación del paisaje de mosaico o el abandono del medio rural. Al listado se pueden sumar los efectos negativos de pesticidas y los atropellos. No en vano, en el Campo de Cartagena hacia el año 2004, de nuevo Mario León y Eloy Pérez, recogieron en la autovía 25 lechuzas atropelladas en solo los meses de otoño. Y ahora mismo los datos que maneja indican que se atropellan anualmente entre cinco y siete lechuzas en la Región.

Las agresiones humanas son todavía hoy otro factor a tener en cuenta. En el campo aún resuena con cierta ascendencia el viejo dicho de que “donde reclama una lechuza -la temida coruxa de los conjuros de San Juan- va a morir una persona”, y así no era extraña su captura y posesión de ejemplares disecados. En este sentido, desde Ulula aspiran a aumentar el respeto por la especie implicando a los agricultores en la instalación de futuras cajas nido. “Y si crían, la idea es anillarlos con ellos y con sus familiares, para que sientan este proyecto también como algo suyo. Porque seguramente la especie tenga peor fama entre gente poco formada al respecto que entre quienes están ligados al medio agrícola. Queremos despertar en los agricultores esa sensibilidad que seguro que tienen pero de la que aún les falta darse cuenta”, avanza el ambientólogo, que es también investigador en la Universidad de Murcia, donde prepara un doctorado sobre las aves marinas y los peces del Mar Menor.

Sobre la lechuza, aun queda trabajo por hacer no solo para salvaguardar a esta especie, sino para conocerla mejor. “Nuestra intención es intentar aportar conocimiento sobre su situación actual en la Región de Murcia. En el Libro Rojo de las especies amenazadas aparece como ‘información insuficiente’, y su población se estima sin prácticamente conocerse nidos, así que al menos se necesita más información base para asignarle una categoría de amenaza, ver las tendencias a largo plazo y ayudar a establecer medidas de gestión”, defiende Zamora. El joven investigador lo tiene claro: "en los países nórdicos tienen series temporales de 50 y 60 años de seguimiento con otras rapaces nocturnas, como cárabos uralenses o lapones. A mí me gustaría seguir investigando a la lechuza todos los años de mi vida. En la asociación Ulula tenemos muchas ganas y ahora, con esta coordinación, da más pie a mantener el seguimiento a largo plazo".

Para Zamora, "los censos de la lechuza son chulísimos; cuando se acerca y entra al nido sin reclamar sabes que, si no llegas a ver la silueta, no te enteras de que te ha pasado al lado. Y lo más probable es que cruce una vez y no vuelve a aparecer. Es un ave a la que no le gusta exhibirse".

Nuestra ‘lechuza de campanario’ (Tyto alba) acaricia la oscuridad con su vuelo mudo y nos regala un amplísimo e inquietante catálogo de sonidos. Escondido en sus oquedades preferidas en algún lugar de la Región -un viejo desván, un granero, una antigua iglesia o una ruina-, un bello ejemplar quizá sea ahora mismo testigo inconsciente, con su excelente vista y su preciso oído, de la azarosa instalación de una caja de madera que, con suerte, podría convertirse la próxima temporada en su nuevo hogar con el que combatir el lacerante declive de su población.


Arriba: simpática imagen de seis hermanos. Abajo, dos vistas de las cajas nido. Imágenes: Asociación Ulula.

  

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.