Uno de los detalles que más me agrada del pantano de Santomera (Región de Murcia) es esa palmera que, delgada y pizpireta, te da la bienvenida nada más descender el camino, lanzada hacia el cielo como un fuego artificial. Así la encontramos de nuevo Susana Noguera, Belén Pérez Escudero y una servidora cuando nos acercamos a ver este paisaje y su fauna hace unos días, una tarde que se nos ofrecía más fresca que en fechas anteriores.

Si ya de por sí la palmera merece unos instantes de contemplación, el tiempo justo para disfrutar contando los agujeros de su tronco, más claro queda cuando uno cae en la cuenta de que ese brazo saludante prendido en su estípite no es otra cosa que una atrevida palera que ha enraizado y, ya segura, crece prieta. Aquella tarde, además, en la punta de la chumbera, un precioso mochuelo, confiado y vigilante, oteaba el terreno totalmente ajeno a nuestra cháchara.

El camino bordeado de limoneros nos prometía una escucha nocturna de chotacabras, como así fue, no sin que antes sucedieran otras muchas cosas.

El pantano estaba bellísimo. Dominaban el agua ánades azulones y zampullines cuellinegros, algunos con una breve descendencia, y los típicos chillidos de las gallinetas; un aguilucho lagunero cruzó sobre nosotras y se alejó hacia el noroeste, había varias garzas reales, fochas, vimos un par de porrones a lo lejos, algún que otro alcaraván, una pareja de somormujos lavancos se entregaba al tonteo poseída por su archiconocido y mimético baile, y Susana descubrió una tarro blanco seguida de 17 tarritos. A su lado, las siete crías que arrastraba un ánade en fila india y que tanto nos habían alegrado unos minutos antes, se quedaban en nada. Sobre la lámina de agua sobrevoló rápidamente un avetorillo, que para nuestra fortuna aún levantó el vuelo un par de veces más, lo que nos permitió controlar dónde se posaba y poder intentar observarlo un poco mejor, ejercicio nada fácil. Y bajo un túnel de vegetación se asomó un hermoso calamón, con su andar torpón. ¿Qué más? En el aire, gaviotas reidoras, cuatro pagazas piconegras; en el suelo, unos aláudidos confundiéndose con la tierra; en la lejanía, el sonido de un cuco.

Habíamos ido sobre aviso con la idea de contar el concurrido dormidero de moritos, que no defraudó, y observamos que había otro igual de nutrido de ruidosas grajillas y un tercero mixto de blancas garcillas bueyeras y garcetas comunes, entre las que Susana sorprendió a ¡una garcilla cangrejera! ¡Otro premio!

Los moritos estaban en una pequeña isla, al fondo a la izquierda, en la cola del pantano, donde iban apiñándose tras su vuelo metálico y oscuro. En un momento dado, un ejemplar despistado aterrizó en los tarays del otro lado de la masa de agua, a nuestra derecha, entre las garcillas, y su presencia atrajo a algunos congéneres más, que se hacían visibles como manchurrones entre la blancura del dormidero que, por cierto, ya estaba previamente salpicada también de algunas grajillas. Pero poco a poco, y según llegaba la noche, los moritos de la isla comenzaron a trasladarse sigilosamente a este nuevo destino en vuelo rasante y, al rato, se escindieron de sus vecinos para instalarse un poco más lejos, en el último recodo de la vegetación, justo antes del agua.

Ya caía la noche cuando desde el pequeño promontorio volvimos la vista a nuestras espaldas y pudimos distinguir a un cormorán grande inmaduro posado sobre una rama retorcida y curva que sobresalía levemente de la superficie del agua. Tan a lo lejos estaba, y tan tarde era, que solo pudimos obtener una foto testimonial, y aún se distinguía de otras aves por su pecho blanco, exhibiendo esa coloración del plumaje indecisa entre los juveniles y el negror adulto, que pronto abandonará.

Caído ya el sol, queríamos permanecer un ratito más con la esperanza de oír al búho real. No pudo ser, la visita no nos regaló la voz grave del gran duque esta vez, pero, a cambio, un chotacabras nos abrazó con su vuelo nocturno en dos ocasiones. También se agradece. Un buen colofón para una bonita jornada llena de satisfacciones.

¡Seguimos!

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Mónica Rubio. Periodista y Bióloga
2020-06-30

 

  • La palmera, con una chumbera a modo de brazo, da la bienvenida al pantano. Además, presenta varios agujeros practicados probablemente por un pájaro carpintero o una carraca
    La palmera, con una chumbera a modo de brazo, da la bienvenida al pantano. Además, presenta varios agujeros practicados probablemente por un pájaro carpintero o una carraca.
  • Un mochuelo, vigilante sobre la palera enraizada al estípite
    Un mochuelo, vigilante sobre la palera enraizada al estípite.
  • Panorámica del pantano que se divisa desde el pequeño promontorio
    Panorámica del pantano que se divisa desde el pequeño promontorio.
  • El dormidero mixto de garcillas, grajillas y, en su momento, varios moritos
    El dormidero mixto de garcillas, grajillas y, en su momento, varios moritos.
  • A lo lejos -foto testimonial- estaba el cormorán grande inmaduro
    A lo lejos -foto testimonial- estaba el cormorán grande inmaduro.