Una eriza enferma y tenaz

A menudo, en las redes sociales vemos imágenes de erizos preciosos. Os aviso de que éste no va a ser el caso. Hoy os voy a presentar a un erizo nada bonico.

Lo encontramos en el amplísimo jardín de un caserío de la verde y húmeda costa guipuzcoana. Era el pasado julio. Una soleada tarde que ya declinaba empezamos a escuchar unos sonidillos como de gallina clueca que va a arrancar a cloquear pero que se queda en los previos, sonsonete al que en principio no dimos la más mínima importancia. A nuestro lado, el perro del caserío, de habitual silencioso y quedo, se estaba enconando con una esquina de un parterre alargado en el que unos rosales y varias herbáceas crecían sobre un suelo terroso. Iba y volvía, y se arrancaba una y otra vez a ladrar a la esquina. Se alejaba, lo metíamos en la casa, y al abrir de nuevo la puerta salía disparado al mismo sitio.

Nos acercamos un par de veces sin hallar nada, hasta que finalmente descubrimos un erizo común bien camuflado, repitiendo sus ‘cloqueos’, pero acompañados con leves sonidos que eran claramente quejidos y que achacamos a las molestias que le producía el can. Visto que no había forma de convencer a éste de que dejara tranquilo al erizo, lo enviamos a su camita en la cocina. Con cuidado, retiramos al erizo y lo trasladamos a un rincón al otro lado de una alambrada, en un terreno un poco hundido tras un bordillo sobre elevado, y en pendiente cubierta de hierba alta hasta la rodilla; un lugar que el perrillo no podría alcanzar. Creyendo que estaba seguro y que tomaría camino ladera abajo, nos entregamos a nuestros quehaceres.

Al anochecer, cuando el perro saltó de nuevo al terreno, se lanzó como una flecha al parterre. Supusimos que no habría nada y que sólo iba por el recuerdo que tenía de erizo. Pero no: allí estaba. El animal había vuelto a la esquina. Esto le suponía un gran esfuerzo: darse la vuelta en la hierba crecida, remontar la pendiente, superar el bordillo, andar el camino hasta el parterre, descender el alcorque y emboscarse entramado adentro entre los rosales. Además, se le vía bien gordito, no parecía que le faltara alimento. Así que todo apuntaba a que estaba fuerte y sano.

Pensando que sus razones tendría para volver allí con esa enorme determinación –quizá unas crías, que buscamos y no encontramos, o a saber qué-, decidimos que ése era el lugar en el que tenía que estar. Y puesto que el perro no había perdido el interés por él, hubo que andarse con ojo el resto de la jornada.

ERIZOS MACHOS Y HEMBRAS

OJO: AMBOS TIENEN MAMAS

 

Al hilo de esta historia, hemos podido conocer que no es tan fácil distinguir a primera vista un erizo macho de uno hembra. Resulta que ambos presentan pezones bien visibles: los dos tienen dos filas de cinco mamas. Así que no hay que fiarse de ese dato. El 'truco' para diferenciarlos es que el macho tiene como un bultito en la barriga, a modo de ombligo. En las hembras, ese 'botoncito' está situado más abajo, más escondido cerca de la cola.

     Por cierto, si queréis más info sobre cómo atender a un erizo, no os perdáis esta página de ERISOS.

Esa noche, bajo la ventana abierta de la vivienda, el erizo continuó con los ruiditos, que ya eran constantes y sonaban completamente entremezclados con los quejidos.

A la mañana siguiente imperaba el silencio en el jardín, pero en el acostumbrado el paseo descubrimos, con asombro, que el animal permanecía en su esquina. Pensábamos que tras el trajín de la noche, en el que aprovechan para alimentarse de cara a su próxima hibernación, se habría buscado otro cobijo para pasar el nuevo día. Pero no, había vuelto tenazmente a su lugar preferido. Pero se quejaba, y su voz sonaba mucho más apagada. Las moscas lo revoloteaban sin cesar y tenía la cara llena de tierra seca. Permanecía tumbado, alargado, sin cerrarse en la conocida forma de bola protectora. Sonaba lastimoso. «Si está sano, tú no ves aquí un erizo», corroboró la casera.

Preparamos una caja de zapatos que agujereamos para asegurarle la respiración, lo cogimos con unos guantes –pobre, apenas podía resistirse- y lo extrajimos con cierta dificultad de su refugio entre los punzantes tallos de las rosas y sus desoladores lamentos. Quizá las espinas le ofrecían protección ante los depredadores y la tierra, que ensuciaba su carita, le proporcionaba algo de alivio frente a los parásitos. Lo acercamos al centro de recuperación de fauna, a solo unos brevísimos minutos en coche. Asombrosamente, una vez instalado en la caja, notamos la fuerza que hacía para abrir la tapa, como si hubiera recuperado algo de energía. Eso nos dio esperanzas. El técnico lo observó, dijo que era una hembra mayor y que estaba llena de larvas de moscas. No apostaba por su recuperación.

Nunca llamamos a ver qué había sido de la regordeta eriza. Temíamos una mala noticia. Pero no hay que descorazonarse. Por supuesto, habrá casos irrecuperables, pero si vemos animales enfermos y los podemos atender en condiciones, lo mejor es acercárselo a los técnicos, que ya nos indicarán la mejor solución. Y eso seguiremos haciendo.

Os dejamos este vídeo en el que podéis ver unas imágenes del rescate y, sobre todo, podéis oír los sonidos de la eriza enferma, que es lo que no parece más interesante:

 

Mónica Rubio. Periodista y Bióloga.