No talen la escuela

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Leo de un tiempo a esta parte que se están talando, con cierto apremio y ligereza, los árboles de determinadas ciudades del país (y de fuera), cual si los árboles urbanitas fueran de peor familia que sus hermanos rurales. Cierto es que muchos de ellos son especies de jardín, tan exóticos como un pingüino en el Segura, pero no son un mero adorno. Los árboles de una ciudad contribuyen a reducir el asfixiante calor del verano, limpian el aire, oxigenan el ambiente, proporcionan sombra sobre los hogares con el consiguiente ahorro en aire acondicionado y también sombrean los suelos posibilitando que mantengan la humedad. Diversos estudios demostraron que la observación de arbolado desde el hospital favorece la recuperación de los pacientes, y que en los barrios verdes hay menos violencia y mejores datos de salud de los habitantes. Se sabe asimismo que ayudan a los más pequeños a manejar el estrés y disminuyen la fatiga y la tensión... Hay muchos más beneficios, incluidos los afectivos, pero por si le queda alguna duda, seguro que ya sabe usted que una vivienda en una zona arbolada de su ciudad es mucho más cara que en el desértico asfalto. Por algo será. Lo que es, a esta narradora no le importa reducir la velocidad del coche cuando se acerca a un estrechamiento de la calzada porque unos bellos árboles adornan sus orillas, de la misma manera que lo hace cuando ve la señal de lince o de tejón. Ni le molesta demasiado encontrarse el coche cubierto de hojas escamosas de casuarina o pringado de flores de tipuana, hechos que asume como fallos de cálculo heredados de una antigua gestión de las zonas verdes. La cuestión es que parece que todos los beneficios que aportan no valen nada frente a la presión económica, y apenas se estudian alternativas a la tala. Si mantener un determinado arbolado cuesta mucho quizá haya que analizar primero cuánto costará la insatisfacción del vecindario cuando encuentre sus aceras desnudas (que, por cierto, aquí y en Europa tiende a manifestarse cada vez más contra estas acciones) y cómo les afectaría a la salud física y emocional (y la inversión económica que su reparación supone). Pero es también una oportunidad para estudiar la sustitución, y no la retirada definitiva, de esos árboles por especies autóctonas mejor adaptadas, con un consumo óptimo de agua, adecuados en porte y enraizamiento y cuyas flores o frutos no supongan un excesivo ensuciamiento de las calles, por ejemplo. Porque hoy, la presencia de zonas verdes bien gestionadas en una ciudad moderna es indiscutible. La ciudad, por su proximidad, puede ser la primera escuela práctica en materia de medio ambiente, y el arbolado permite hablar de vegetación, de la fauna que cobija, del ciclo del agua, de la atmósfera y de mil facetas más. No derriben esta escuela. No talen alegremente. Seguimos cavilando.

  • Tipuanas. Sus flores cubren el suelo.
    Tipuanas. Sus flores cubren el suelo.